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La humidad proviene de la misma raíz etimológica que Humus . El Humus es el sustrato que enriquece a la tierra por la acción de las lombrices. Las plantas se nutren y fortalecen gracias a él. ¿Cuál es el humus de nuestro interior?

Al igual que el humus otorga fortaleza a la planta y mayor capacidad productiva, la honestidad nos otorga auténtica resiliencia y mayor capacidad de comprensión personal. ¿Cómo? ¿Tenemos lombrices en nuestro interior para transformar nuestros desechos en humildad? La lombriz en éste caso es un tipo de trabajo psicológico. Algo que solo otorga la verdadera honestidad. Y para analizar éste asunto debemos ver el vínculo entre la honestidad, la humildad, y su resultado, la resiliencia.

No podemos ser honestos si no somos humildes Ser honesto es, etimológicamente, ser honrado. Y no es tanto por el hecho de defender causas justas o el bien común. No es aquella acción por la cual recibimos alabanzas por nuestra virtud moral. No, no es eso.
La honradez es no engañar. Y en éste caso, respecto a la honestidad personal, no es más que aquel que no se engaña más así mismo.

El honor de ser, en éste caso, es asumir como digna cualquier imperfección y circunstancia. No se es honesto sin reconocer defectos. Por tanto el humilde es imperfecto, pero no por ello pasivo ante la búsqueda de la mejora, o perturbado por su mezquindad. Se trata de comprender, de verdad, de forma honestamente emocional, que necesitamos desarrollarnos constantemente.

Ningún ser humano viene hecho al mundo. El tiempo no nos madura pasivamente como a la manzana. No existe madurez sin comprensión emocional de uno mismo. En vez “del odio de conocerse”, se ha de desarrollar “cierto amor” por “saberse”. Difícilmente llegaremos a asumir un constante aprendizaje y descubrimiento personal, sin asumir, nuestras formas imperfectas.

El sufrimiento, es la señal de la falta de comprensión en nuestra percepción, de aquello que consideramos nosotros mismos. El corazón, nos dispara sus certezas asimiladas. Y esa es nuestra vida, nuestras certezas, sean estas las que sean, correctas o incorrectas, fantasiosas, irreales, sesgadas o justas. Sean las que sean, eso es lo que sentimos ser. Por tanto, sin una vía de cambio en nuestra percepción emocional, no cambiaremos nosotros, ni por supuesto existirá margen o grieta para que cambie el mundo.

El sufrimiento nos indica que ahí, en el corazón, algo se ha tocado. Algo no encaja. El sufrimiento no es el rechazo natural a un malestar, a algo que no nos gusta, a lo cual reaccionamos como ante un susto o la visión de algo desagradable. Desaparecido el malestar desaparece toda inquietud interior al respecto, y por tanto, no hay angustia, no hay sufrimiento. Evidentemente, intentar evadirnos de todo malestar o disonancia puede generarnos angustia y sufrimiento. Porque ésta acción no lo elimina. La inquietud nos acompañará siempre si es una conclusión emocional, respecto a lo que soy. Y, ésa conclusión, evolucionará con nosotros en tamaño e importancia con el tiempo, porque la evasión la engrandece. Hasta ése día del “Juicio final” en el que aparezca de forma monstruosa todo aquello que tanto hemos huido. Los demonios nos esperan.

Éste malestar, a diferencia del exterior, no puede desaparecer porque su causa o detonante, es una certeza en el corazón. Algo hemos dado por hecho. Es entonces cuando debemos sacar los “microscopios interiores” para indagar sobre las causas de nuestra conclusión, de nuestra inquietud, de nuestra angustia u agobio, para encontrar los fundamentos, causas e interpretaciones de nuestra certeza. ¿Qué experiencia origina la comprensión emocional negativa? ¿Es razonable?

Niño mirando por un microscopio.

Cuando investigamos con la actitud adecuada de ver con el interés del científico el detalle de nuestro sentir, sin prejuicio o justificación, conseguimos cierta defusión cognitiva, indispensable para poder soportar la mezquindad y comprenderla. Porque si uno no es lo analizado, sea lo que sea que se analice de sí, entonces, no se analizará nada. Solo se vivirá, las consecuencias de nuestras certezas. Debemos profundizar en los detalles de nuestra visión o creencia emocional, que no es aquello que decimos al mundo que creemos, sino aquello que sentimos que es. Así, se abre la posibilidad al cambio, con una mirada más profunda y detallada. Deconstruir lo fijo y cristalizado, disolverlo si se puede. Así, podemos ver nuestro condicionamiento y error, si es que lo hubiere. Porque muchos sufrimientos no son erróneos, simplemente, no nos gustan. Como aquel que rechaza al hecho incuestionable que transmitía Heidegger. Que la única posibilidad en el hombre, que está siempre, en todo momento y lugar, es la posibilidad de morir. Siempre es y nos acompaña. Esto es un hecho, y no cambia nada rechazarlo. Solo angustia. La posibilidad de todas las posibilidades, así lo llamaba, nos define por siempre. La no aceptación de un hecho, de ésta comprensión, es una terrible angustia con impredecibles consecuencias en infinidad de aspectos de nuestra vida. La no aceptación de aquello que no puede ser cambiado, contamina nuestra autenticidad.

El sufrimiento más grande, es aquel que carece de sentido. Y todo lo que se siente un ser humano, todo, absolutamente todo, dispone de su razón y causa. Por tanto, la resiliencia se manifiesta, de forma natural, ante la actitud científica de introspección interior. No hay resiliencia con victimismo. No podemos ser victimas y científicos. Debemos ser capaces de entender que nuestro dolor, es la parte del “humano sufrimiento” que nos toca vivir. Todo el mundo sufre. Solo cambian las causas. Y si no somos únicos, entonces podemos abordar el tema filosóficamente, no personalmente.

Rechazado internamente el elogio o el castigo, rechazado internamente el uso del maltrato psicológico, la tortura cíclica o el adormecimiento en nuestros logros, rechazada la vía del mártir, comienza la vía del científica, que es aquella que comprende lo mecanismos complejos, que existen detrás de toda cosa.

Descubrir los mecanismos y certezas de nuestra psique se ha de volver asunto indispensable para existir. Y para ello se necesita de ésta actitud que he llamado científica, con el único trasfondo emocional de una verdadera honestidad respecto a la existencia de miserias y mezquindades en nuestro interior, ni mejores ni peores que las de nadie, son las que son, y debemos hacer todos los seres humanos el mismo trabajo. Aceptarlas.

Quizás, el primer logro sea ese: Lograr honestidad interior. Y para que eso ocurra debemos comprender las causas de nuestros profundos engaños. Reconocer, humildemente, que todos estamos iguales ante el enorme reto de la verdadera aceptación del error y la circunstancia personal. Nadie es peor ni mejor, como indicado antes. No hay sufrimiento más grande que él de otro, solo intensidades diferentes. Solo resiliencias diferentes. Solo debilidad o fortaleza ante el dolor. Todos perdidos, nadie más que otro. Cambian las cualidades de nuestra confusión, el tiempo de erosión y las intensidades.

Todos y todas, estamos igualmente perdidos en nuestras particulares angustias y deseos. Cuando el problema se generaliza nos despersonalizamos de él. Ya no es nuestro problema, es un problema del ser humano. Y es entonces cuando puede nacer la relativa paz en nosotros, y con el resto del mundo. Para entonces empezar a descubrir los dilemas que atormentan a la humanidad en nosotros. Poco a poco, sin ambición ni prisas. Con atención y curiosidad científica.

Los dilemas que siempre han acompañado a la humanidad, desde el comienzo de los tiempos, están ahí, en nosotros mismos. Los dilemas que en todo ser humano se han formado en su historia, están ahí, en nosotros mismos. Hacemos todos el mismo viaje.
Otra cosa es que nos hayamos quedado el tiempo suficiente en cada fonda que debemos transitar, o en caso contrario, estemos atrapados en alguna. Lo común es “beber demasiado” en algún sitio. No continuar nuestra andadura para probar lo suficiente. Llegamos a abusar y emborrachándonos de algún aspecto, que suele ser marco referencial de nuestra personalidad atormentadora. Sea ésta nuestra situación, dejemos toda lamentación y salgamos de la cantina.

Seamos humildes y reconozcamos sin fustigamiento nuestra adicción. Entendamos pues porqué nos pasamos con ese licor. y finalmente, tengamos el valor de continuar la andadura, seguir el camino que nos quede, con el coraje de entrar en otras tabernas. No tengamos miedo de probar otros licores. No volveremos a caer en el vicio de la lamentación, si aceptamos al sufrimiento como objeto inevitable, como aquello que debemos comprender para seguir el camino. Nuestra imperfección, es nuestra humanidad, con todo aquello que significa. Por favor, profundicen, y no se queden en superficialidades.

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