Dark Light

La autoexigencia suele aparecer cuando no toleramos cierta mediocridad subjetiva. El acto de medirnos en base a expectativas, que en base a la desproporción existente entre las reales capacidades y objetivos, se manifestarán de una forma u otra. Las expectativas pueden ser razonables, o no. Una expectativa razonable es aquella exigencia en la que está a nuestro alcance. Pero, ¿Somos objetivos en ello? ¿Sabemos realmente lo que está en nuestras manos, y lo que no lo está? Después está nuestra madurez ante el fracaso. Si el no cumplimiento de una expectativa se reproduce en un estado profundo de insatisfacción emocional, algo va mal. La exigencia razonable no solo ha de estar a la par de un buen reconocimiento de nuestras capacidades, sino además, acompañada con una buena actitud para manifestarlas. A veces no falla el talento, sino como nos relacionamos con el reto. Desear demasiado, estar desequilibrado emocionalmente por otros acontecimientos, descentrado, indisciplinando, abducido por fantasias, todo esto puede ser “la pierna en donde se tropieza”.

En el camino del auto descubrimiento personal, existen infinidad de infiernos. Parecidos a los que descendió Dante, pero que en el cual, los vicios y pecados son solo nuestros.

Infierno de Dante


Superados los miedos y las náuseas lógicas ante nuestras vergüenzas: la avaricia, la soberbia, la altanería, la exigencia que no se supo envolver en cariño, es mera obstinación castrense. No se descubrió el placer de hacer las cosas, por el placer de conocerlas y perdernos en ellas. Una exigencia ferrea, con una actitud inadecuada, es el equivalente al síndrome de Anton con nosotros mismos. Ser ciego, y no reconocerlo.
Hay otra exigencia más amorosa. Nacida del interés cognitivo, no sentimental, el placer de saber y hacer, el placer de disfrutar de un eterno aprendizaje. La exigencia no amorosa nace de la búsqueda de un logro que pretende destacarnos en un teatro. Si éste deseo se transforma en necesidad, se sufrirá por exceso de evaluación y tormento interior.

Ésta auto exigencia carece de la paciencia del maestro Kyudo
Y como tal, no sabe apreciar el valor del error, que es el verdadero maestro en la vida, y que por él, se alcanza el conocimiento profundo, la sabiduría, de lo que en uno, se pueda a llegar a conocer íntimamente.
No hay mayor exigencia que comprender que el aprendizaje continuo es la mayor virtud y no olvidarlo. Que un maestro es un discípulo eterno. Que la vida es un proceso, una evolución, sin final.

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